Como era de esperar, y tal como lo anticipó una gran mayoría de especialistas, el incremento de la inseguridad llegó, y nada indica que este vaya a ser pasajero. Por el contrario, tal como se presenta y el diagnóstico que se hace sobre sus causas, tendremos que acostumbrarnos a convivir con el durante un largo periodo. Menciono especialmente el diagnostico porque asombra que se quiera justificar el incremento del delito y la violencia por el aumento de la pobreza, lo que constituye un reduccionismo propio del populismo que solo trata de justificar y ocultar los propias conflictos y contradicciones que tiene un gobierno carente de política de seguridad. La estrategia de vincular la inseguridad con la pobreza solo busca transmitir el mensaje de que “nada se puede hacer hasta que salgamos de la pobreza”, lo que es mentira. Y de que “la culpa no es de este gobierno, sino de la pandemia y la herencia. La culpa es siempre del otro.
Este discurso es peligroso y
puede tener funestas consecuencias. Una lectura que puede desprenderse de un
mensaje de tal magnitud podría ser: “roban por necesidad”, lo que no es
verídico, la mayoría de la gente que está pasando necesidades no roba y, por el
contrario, suele ser gente muy honesta. El robo por necesidad es mínimo, es un
robo de oportunidad, y no suele ser violento. Detrás de este cretino mensaje se
esconde una posición ideológica que está más ligada a la crítica al sistema
penal por parte del abolicionismo, el que solo busca justificar al delincuente al
que menciona como víctima del sistema capitalista, y así sacar provecho
político de la inseguridad, responsabilizando a la democracia liberal de la situación. Por otro
lado, se pretende dar visibilidad solo a una clase de delito mientras se busca
la impunidad del delito de corrupción, que nada tiene que ver con la pobreza.
Decía que es un discurso cretino
porque estigmatiza a los sectores sociales más vulnerables socialmente con las
consecuencias de exclusión social que esto genera, por ejemplo, a los que viven
en las villas, a los jóvenes y a los desempleados, que por su calidad de pobre son
sospechosos y les dificulta conseguir un empleo. Por otro lado, están justificando
un uso irracional de la fuerza policial contra esos sectores, lo usan como
mecanismo de disciplinamiento social; mientras que a la vez se utiliza el miedo
para controlar a los sectores sociales más acomodados. El miedo a la pandemia,
el miedo a la inseguridad, el miedo al desempleo, y tantos otros miedos que terminan
siendo funcional a un gobierno que ha demostrado tener una fuerte vocación
autoritaria. ¿Hay algo que paralice más a una sociedad que el miedo? ¿existe acaso
algo más eficiente que el miedo para recortar las libertades?
La irrupción del uso de la fuerza
policial ilegítima ha tomado hoy ribetes desconocidos desde hace muchos años. Luis
Espinoza y Ceferino Nadal en Tucumán; Florencia Morales y Francisco Maraguello
en San Luis; Blas Correa en Córdoba; Lucas Verón y Facundo Astudillo en Buenos
Aires son solo algunas de las víctimas de un discurso político errático y contradictorio
que solo busca acomodarse entre los resultados de las encuestas y el aplauso de
sus fieles seguidores. Ambos se tornan contrapuestos, y ninguno garantiza mayor
seguridad. Con desconcierto las fuerzas policiales, acostumbradas a una
estructura vertical y jerárquica se preguntan cuál es la orden que cumplir, y
ante semejante confusión están quienes optan por mirar al costado para evitar
problemas, y los que se exceden creyendo que vendrá el reconocimiento por su
valor.
Ha sido el propio presidenta Fernández
quien expresó descreimiento en los planes (Financial Time 19 de julio) a pesar
de que un plan es la hoja de ruta más adecuada para llegar a un destino. Pero
esto no sería grave si al menos se supiera el destino. Hacer el viaje de Buenos
Aires a Mendoza por ruta 7, 8 o 188 no es el mayor del problema si sabemos a dónde
vamos; y aunque todas las rutas nos llevan al mismo destino cada una de estas
tiene ventajas y desventajas que podríamos llegar a evaluar. En materia de
seguridad el gobierno puede discutir el camino, pero no el destino. Lo grave,
lo catastrófico, es no tener destino, no saber a dónde se quiere ir. Este es el
problema del gobierno (y de los argentinos) en materia de inseguridad: no hay
política de seguridad, ergo, no tenemos destino
Que la Ministra de Seguridad de
la Nación (Sabina Frederic) discuta papeloneramente con el Ministro de
Seguridad de la Provincia de Buenos Aires (Sergio Berni) sobre cuál es la ruta
más adecuada no sería un gran problema, que hasta podría ser normal. Ahora que ambos
funcionarios del mismo partido político discutan por los diarios cuál es el
destino da escalofrío. Ya no se trata de no tener plan, lo que no se tiene es
el destino hacia donde se quiere ir, en definitiva, no se tiene una política de
seguridad. Para la interventora del SPF, Dra. Garrigos, “habrá un pico de
inseguridad por la crisis económica” (Infobae 12/06/20); Santiago Cafiero: "Vincular la inseguridad a cuestiones
socio-económicas tiene un sesgo medio ideológico y hay que ser más pragmáticos”
(LN 05/08/20)"; para el Ministro Sergio Berni “algunas zonas de Buenos Aires son como
Sinaloa” (LN 11/06/20); Sabina Frederic es mucho más amplia en sus apreciaciones:
“no son muchos los robos, los medios lo hacen visible” (Infobae 03/08/20); Nuevamente Sergio Berni: “la
inseguridad en la Provincia de Buenos Aires es una enfermedad endémica” (Infobae
23/07/20). Aunque parezca raro, no es un debate entre representantes de
diferentes bancadas en el Congreso de la Nación, son todas expresiones de funcionarios
del mismo gobierno.
Queda claro que no hay ni plan,
ni política de seguridad, cada funcionario hace su propio diagnóstico, y en base
a este define cual es para el problema, y actúa en consecuencia. El resultado: medidas
contradictorias, ineficaces y gran derroche de recursos. Las respuestas son
siempre las mismas: más policías (carne vestida de azul diría un viejo
comisario), más móviles policiales y mas chaleco, mas balas. Traer las fuerzas
federales desde las fronteras por donde entran toneladas de droga para agarrar al
pibe en el barrio que porta un porro para su consumo personal o viola la cuarentena no parece ser la política pública más
inteligente. El espectáculo puede ser electoralmente infalible, pero no mejora
la seguridad. Será que, en última instancia, el miedo es una buena forma de
control.
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