Lic. Alejandro Salomón*
Hay un momento en donde es
necesario tomar distancia para ver el problema desde una perspectiva más
amplia. El horrendo hecho de droga contaminada ha modificado la agenda pública,
dejando de lado la negociación con el FMI, el viaje del presidente, los
aumentos de precios y el conteo de positivos Covid 19, entre otros temas de
interés.
En primer lugar, y a los efectos de
aporta algo de claridad al tema, hay aspectos que deben fijarse. Uno de ellos
es que el delito del narcotráfico, en un país federal como el nuestro, es una
función delegada al Gobierno Nacional. Es un delito federal, y su persecución
penal es responsabilidad primaria del Ministerio de Seguridad de la Nación.
Dicho esto, corresponde decir que
la ley 26.052/2005 de desfederalización parcial de la competencia penal en
materia de estupefacientes les dio a las provincias que así lo quisieran,
adherir a la ley. Esto significó la potestad a las provincias de asumir la
competencia en aquellos casos en que “se comercie, entregue, suministre o
facilite estupefacientes fraccionados en dosis destinadas directamente al
consumidor”. Hasta la fecha solo han adherido cinco provincias: Córdoba,
Chaco, Salta, Buenos Aires y Entre Ríos. No obstante que las provincias puedan adherir,
cuando existe conexidad subjetiva y/u objetiva con otra sustanciada en el fuero
federal, o duda en virtud de las características del hecho, la causa siempre
recae sobre la Justicia Federal.
Aclarado este punto, se advierte
una clara deserción por parte del Gobierno Nacional en la persecución del
narcotráfico. Primero, cuando la anterior Ministra de Seguridad, Sabina
Frederic, disuelve la Subsecretaría contra el Narcotráfico. Esto es acompañado
con otras medidas a todas luces equivocadas, como la disolución del área de inteligencia
del Servicio Penitenciario Bonaerense y el escaso control que se ejerce sobre los detenidos en las cárceles federales. Se agrava con el traslado
de efectivos de la Gendarmería Nacional desde la frontera norte del país a la Provincia
de Buenos Aires (y solo a municipios seleccionados con criterio político-partidario)
para realizar prevención ciudadana, facilitando así el ingreso de drogas desde
Bolivia y Paraguay. A estas medidas se suman, ya con la gestión del Ministro
Aníbal Fernández, un claro desinterés por
el narcotráfico, situación que queda expuesta con la actitud displicentes
adoptadas frente a los graves hechos en la Provincia de Santa Fe (aunque se advierte
en todo el país) la cual, sin ni siquiera estar adherida a la ley 26.052, ha
sido abandonada a su suerte en la lucha contra el narcotráfico y el crimen
organizado.
Con respecto a la ley 26.052, se
cumplieron las advertencias realizadas en aquel entonces por los propios
fiscales federales, en cuanto a que su implementación, lejos de resolver la
problemática del consumo y la comercialización de pequeñas cantidades de
estupefacientes, importaría la profundización de ciertas tendencias que ya se
habían señalado en relación con la aplicación de la ley 23.737 (la persecución
penal a los consumidores). También se advirtió, de modo temprano, que la
creación de una competencia mixta traería aparejado todo un conjunto de
situaciones problemáticas y que fundamentalmente su ejercicio – en el contexto
fáctico de aplicación – implicaría el empoderamiento de las policías
provinciales por sobre otras agencias del Estado que, como consecuencia de esta
ley, verían disminuida su capacidad para establecer definiciones sobre política
criminal coordinadas, efectivas y acordes con criterios de seguridad
democrática. En los hechos, esto ha significado el abandono de la prevención y
del tratamiento del adicto para solo focalizarse en el secuestro de drogas.
La desfederalización fue un error
que solo ha sido amortiguado por la escasa adhesión de las provincias a la ley.
No obstante, las policías provinciales se han visto tentadas a involucrarse
cada vez con mayor presencia en la persecución del narcotráfico. Sin la
capacidad de recursos técnicos, capacitación específica, inteligencia criminal,
ni marco normativo que los proteja, la lucha contra este flagelo se encuentra
cada vez más fragmentada.
La situación ha llegado a tales
extremos del absurdo que hemos podido presenciar al Ministro de Seguridad de
Buenos Aires, Sergio Berni, haciendo operativos antidrogas en la Provincia de
Santa Fe. No solo se excede en el espíritu y letra de la ley de
desfederalización, sino que, si existía alguna causa judicial importante que se
estuviesen tramitando en los Tribunales Federales de esa provincia, la sobreactuación
del Ministro mediático solo trajo aparejado estropear toda investigación que
hubiese estado encaminada en tribunales federales de esa provincia.
Vemos con estupor y preocupación el
agravamiento de dos importantes dimensiones: la inseguridad ciudadana y la
lucha contra el narcotráfico. La primera de ella es claramente una
responsabilidad de las provincias a través de sus propias fuerzas policiales,
aunque paulatinamente se advierte que esta dimensión va siendo dejada de lado
por estas fuerzas para involucrarse en los delitos de narcotráfico, que permite
obtener un mayor rédito político y mediático. No se puede conocer cuántos
homicidios o robos se previenen y solo se conocen los cometidos, lo que siempre
significarán una mala noticia. El secuestro de drogas, aunque sea en cantidades
mínimas, es siempre una buena noticia, que permite una amplia cobertura
mediática provincial. Es la buena noticia que las fuerzas policiales
provinciales pone a disposición de las autoridades políticas. En esta línea de
razonamiento, lo que no se sabe es la cantidad de droga que circula y no se
secuestra.
Este espacio de la seguridad ciudadana
está siendo abordado cada vez más por los municipios, quienes van asumiendo la
responsabilidad con fuerzas desprofesionalizadas, sin marco legal y sin mayores
recursos. No solo la lucha contra el delito es ineficiente en este contexto,
sino que los municipios van abandonando la parte más importante de la
prevención que por naturaleza les corresponde: el verdadero abanico sobre las
causas del delito. Nuevamente el Estado es desertor de las causas que generan
inseguridad.
Esta mezcolanza se completa con
fuerzas federales, las que son retiradas de los lugares naturales de actuación:
la frontera norte e hidrovía del Paraná, y alejadas de la persecución penal de
los delitos federales – que es mucho más que el narcotráfico, es también es
trata de personas, falsificación, contrabando , etc. – para realizar tareas de
patrullaje urbano en geografías desconocidos para el personal y en los que
rigen los Códigos Procesales de actuación que desconoce. Estas decisiones
tomadas ad hoc, se hacen de acuerdo con los vínculos partidarios y las
expectativas y conveniencias electorales.
Pareciera que el gobierno no ha
tomado dimensión cabal de la gravedad de la situación que estamos atravesado, y
que las previsiones más favorables indican un agravamiento de la inseguridad a
medida que empeora la situación económica y social. Son las provincias las
responsables de la seguridad ciudadana, pero es la Nación la que deben
coordinar el esfuerzo nacional de policía a traves de la Secretaría de
Seguridad Interior de la Nación.
La responsabilidad “absoluta” en
materia de narcotráfico recae en el Ministerio de Seguridad de la Nación. Para
muchos ciudadanos hoy pareciera ser un problema lejano, que sienten que no les
afecta por no ser adicto. Es imprescindible que se entienda el factible riesgo
de que las organizaciones criminales se enquisten en el Estado (nacional, provincial o municipal), momento en el que ya
no habrá a quienes el problema no le afecte.
*El autor es Especialista en Inteligencia Estratégica y
Crimen Organizado. Ha sido Director de la Escuela Nacional de Inteligencia, Rector
del Instituto Universitario de la Policía Federal Argentina y docente en temáticas
relacionada a la Seguridad e Inteligencia en Instituciones Latinoamericanas.